Trucos para escapar de una pesadilla
Os voy a dar un consejo de gratis: nunca os quedéis dormidos leyendo a Algernon Blackwood. No es sano. El maldito loco se te mete debajo de la piel y se cuela por todas las rendijas de tu cabeza hasta aterrizar en tus sueños. Recuerdo una noche de otoño en la que cometí la imprudencia de adormilarme mientras leía una de sus más célebres historias, "El Wendigo". La última frase que pude procesar antes de que los ojos se me cerraran como persianitas fue la siguiente: "Algunas pesadillas se presentan con terrible apariencia de realidad, pero a veces basta la inconsistencia de un simple, pequeño detalle para poner de manifiesto la incoherencia y falsedad de todo. En las profundidades de una mente dormida, algo permanece despierto, preparado para emitir su juicio: Todo esto no es real; cuando despiertes lo comprenderás”. No voy a ponerme a contar mi sueño, porque como todos sabemos los sueños tienen una curiosa cualidad: son fascinantes para el soñador y una auténtica paranoia para los oyentes. Así que os ahorraré detalles sobre la estrafalaria historia, sobre los cuervos y las tormentas de arena y todas las bizarrías que pasaron por mi mente dormida. Me limitaré a contar cómo el tarado de Blackwood se coló en mi cabeza desprevenida y me ayudó a salir de un sueño más que penoso.
Escenario final, a grosso modo: Después de mil desventuras, entro en el salón de mi casa. Mi hermana se desliza, extraña y sinuosa, justo detrás de mí. Sin saber muy bien por qué, se me erizan los pelillos de la nuca, y un rojo chispazo de advertencia y peligro me recorre la espina dorsal hasta encontrar el estómago. En ese preciso momento, la voz cascada de Blackwood empieza a susurrarme al oído: “Tranquila. Recuerda que todo esto no es real. Busca el detalle y despiértate. Sal de aquí”. Así que me acerco a inspeccionar mi hermana. Tiene los ojos vidriosos, como los de un pescado muerto, y me mira con indiferencia y algo mucho más primitivo acechando en el fondo de sus pupilas: algo parecido al hambre. Algún viejo instinto me dice que lo mejor sería echar a correr. Y justo en ese momento pensé: "Este es el detalle irreal, esto es definitivamente lo que no encaja. Porque aunque a en el exterior se haya desencadenado una tormenta de arena y de fuego y los jardines de la urbanización estén llenos de muertos y los cuervos me miren desde todos los rincones de mi casa, lo más irreal, lo más absurdo, lo más imposible de todo es esa mirada. Mi hermana nunca me miraría así. Ésta (o mejor dicho, "esto") no es mi hermana. Por lo tanto, nada de lo que estoy viviendo es real.". El alivio fue estremecedor: eso quería decir podía escapar.
El resto del sueño es difícil de explicar. Solo me acuerdo de cómo me tiré al suelo, dando patadas y gritando “¡Me voy a despertar y a voy a salir de aquí, aunque tenga que hacerlo yo misma!”, y cómo poco a poco mi cuerpo se dividía en dos, despegándose como una delicada calcamonía, y el frío parqué del salón de mi sueño se iba transformando en algo terso y blando (el colchón de mi propia cama), y yo pensaba “Voy por buen camino, estoy saliendo, no pierdas la concentración”, mientras oía a los demás gritando: "¡¿Pero que hace, se ha vuelto loca?!", pero yo pensaba “Bah, no les hagas caso, no son reales, sigue peleando”, y así, finalmente, mi cuerpo fue chocando cada vez más contra el colchón hasta despertar, envuelta en sudor, sobre mi cama.
Mi habitación. Toneladas de libros, cuadros y pósters llenando cada milímetro de pared. Una vieja lámpara de luz amarillenta. El pañuelo de las fiestas de Algorta junto a un cuerno vikingo que le compré a unos suecos un día que iba bastante pedo. Y los peluches tirados por el suelo mirándome con reproche. Mi habitación, por fin. Abro la puerta y ahí, parada en medio del pasillo, me encuentro a mi madre. Una vaga sensación de inquietud pasa por mi cabeza, (¿Qué narices hace mi madre en mitad del pasillo a estas horas?), pero la ignoro y me abrazo a ella. “Shhh...” - dice - “Que vas a despertar a papá”. Es todo tan consolador y tan familiar… le digo que he tenido una pesadilla horrible. Entonces mi madre me abraza y me susurra al oído, con voz tierna y siniestra, como de muñeca vieja: “¿Y tienes mucho MIEDO?”. Joder. Se me hiela la sangre en las venas, mis pupilas se contraen como cabezas de alfiler. Esa no es mi madre. Sigo dormida, joder, y un grito parece estallar en mi pecho mientras abrazo a esa señora siniestra, que tanto se parece a mi madre, en un pasillo que tanto se parece al mío, mientras la puerta de una habitación que tanto se parece a la mía se cierra de un portazo.
Lo último que recuerdo es que mi estómago se encogió como si estuviera cayendo desde un quinto piso, y que de repente mis manos se aferraron convulsamente a algo blando. Una almohada. Tanteo histéricamente con la mano en la oscuridad hasta encontrar el interruptor de la luz, y parpadeo con dolor cuando se enciende la bombilla. Me siento asustada y a la vez un poco imbécil, pero no hay nada más maravilloso que abrir los ojos (abrirlos de verdad) después de una pesadilla, y ver el montón de ropa que dejaste la noche anterior, los apuntes desordenados entre los que asoma misteriosamente un calcetín, y mi botecito de vasoconstrictor nasal rodando por el suelo.
Bueno, y esto es todo. Finalmente desperté en mi cuarto de verdad, con sus libros, sus pósters y cuadros, su lámpara, su pañuelo, su cuerno vikingo y sus peluches despreciados. Aún así, estuve por lo menos quince minutos con la luz encendida y los ojos muy abiertos, mirando todo con expresión de sabueso mosqueado, esperando oír en cualquier momento la tenue voz de Blackwood susurrándome “Busca el detalle, sal de aquí”. Gracias a dios, no la oí. No habría soportado volver a despertarme otra vez encerrada dentro del mismo sueño
Esta noche, a la hora de dormir, he dejado el libro de Blackwood sobre la balda y he cogido uno de Julio Verne, que cuenta las aventuras de un guapo y valeroso correo del zar de Rusia llamado Miguel Strogoff.
Afortunadamente, no recuerdo lo que he soñado.
es curioso, que algunas pesadillas se puedan describir casi de la misma manera... pero claro, es algo normal, si te has padado media noche leyendo a Lovecraft... quizás deberías leer "Juan Salvador Gaviota" o "Ilusiones", de Richard Bach... creo que te gustarán, si eres fan de Michael Ende... aunque sobre todo con el primero, puedes tener unos sueños extraños e interesantes...
ResponderEliminarPues precisamente había seleccionado al Sr. Blackwood para leerlo esta noche antes de dormir y ha sido buscando información acerca de la biografía de este oscuro personaje que me he topado con tu blog. Espero que no me pase igual, la última vez que tuve una pesadilla con doble final casi me meo en los pantalones... A veces intento pensar en cosas bonitas cuando intento coger el sueño pero acabo tan harto de riachuelos cristalinos y sauces que bailan cándidamente el vaivén del viento primaveral que casi mejor me pongo una peli gótica... Bueno, siempre que no de demasiado miedo...
ResponderEliminarEnhorabuena por tu prosa, muy buen blog!
Gracias a los dos!
ResponderEliminarminimo: es lo que hice, me puse a leer Julio Verne...hasta que un amigo me prestó el Ciclo de Dunwich. Pero esa vez ya estaba preparada, jeje
Kevin: tiene que haber un término medio entre los riachuelos y las abominaciones monstruosas XD. Muchas gracias por tu comentario,felices sueños y recuerdos al Wendigo! (por cierto, cuando termines de leer sus cuentos, investiga sobre el verdadero Wendigo...ya verás que bonito y que precioso es XD)
Hola cuadrilla, he caído en esta página por una gloriosa coincidencia de la vida. Seguis activos? Podría seguiros....porfa?
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