La ninfa despeinada
Ha llegado al Museo del Prado una pequeña ninfa griega. Es risueña, tremendamente joven, y tiene un aire despreocupado que contrasta con la solemnidad de sus aburridas compañeras de viaje, un ejército de copias romanas. Las esculturas han venido desde Dresde ocultas en grandes cajas de madera, y ahora se reparten algunas de las mejores salas del Museo. A la ninfa me la presentó un desconocido, y me enamoré de ella al instante. Era como un radiante puntito de luz. Bajo su figura, la cartela identificativa era igual de seductora: Figura anónima. Autor anónimo. Original. Grecia. Eso significa que puede ser quien tú quieras que sea: una ninfa, una diosa, una virgen del séquito de Artemisia ... ¿Qué te apetece más? Una musa, una dríada o una ménade danzante. A tu libre elección.
Antes de continuar, quiero matizar una cosa que no todo el mundo sabe de la escultura clásica: y es que cuando los dioses griegos murieron, la gran mayoría de sus estatuas desaparecieron con ellos. Los romanos, que consideraban aquella cultura como un símbolo de refinamiento y distinción, las copiaron y las reutilizaron para adornar sus termas y sus jardines: el bello Apolo, dios de la luz que nos convierte en hombres, decora con discreción y buen gusto la oficina de un praetor y la poderosa Afrodita, ante la cual se arrodillaron hombres y mujeres por igual, posiblemente presida, voluptuosa, algún bebedero de patos en el atrium de un gordo patricio. Mal que nos pese, las estatuas ante las que se inclinaron los antiguos griegos ya prácticamente no existen y aunque gracias a los romanos la forma (bellísima) permanezca, su psyché hace largos años que huyó. Son como ánforas vacías, restos del naufragio, hermosas copias industriales... una pena, pero así funciona a veces la Historia.
Sin embargo la pequeña ninfa griega, esa cabecita despeinada entre tanta testa ceremoniosa, parece reírse de todo y de todos: de la estirada Minerva, del ceñudo Zeus, de las virtudes romanas y de las cristianas más todavía, del paso del tiempo y hasta del propio Museo del Prado. Su espíritu corretea por las salas silenciosas y tenuemente iluminadas, dejando tras de sí el penetrante aroma del pino tesalónico y en tu boca, un extraño regustillo a salitre del mar Egeo. A piedra recalentada y resina, a espliego y carne ahumada sobre un altar: así huele el cabello marmóreo de esta ninfa. Tan viva, como la más viva de las criaturas.
Dedicado a Jose Van der Weyden, de parte de la chica que deambulaba sola por las salas de arte flamenco. Un saludo
En el catálogo de la exposición
“Entre Dioses y Hombres.
Esculturas clásicas del Albertinum”
( 4/11/2008 – 12/4/2009. Museo del Prado)
se hace referencia a esta pieza pequeña pero excepcional,
cuyo valor radica en ser un original griego que conserva restos de policromía.
“Entre Dioses y Hombres.
Esculturas clásicas del Albertinum”
( 4/11/2008 – 12/4/2009. Museo del Prado)
se hace referencia a esta pieza pequeña pero excepcional,
cuyo valor radica en ser un original griego que conserva restos de policromía.
Nenya, esta entrada me parece una pequeña obra de arte en sí misma. La he leído varias veces, y la verdad es que al final me ha quedado un sentimiento de pena, pero de pena por no poder ir a Museo del Prado a verla.
ResponderEliminarA mí la escultura es una de las ramas del arte que más ha llamado siempre mi atención de ver. Más aún, mi primer encuentro con dicho arte fue con una réplica del Discóbolo que adornaba un jardín con piscina durante mi tierna infancia.
ResponderEliminarRecuerdo que los obligados momentos secos ("hasta que no hagas la digestión no te bañas") solía contemplarla desde todas las direcciones sin llegar a aburrirme. Luego le seguirían en atención el Beso y el Pensador, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
El caso es que creo que puedo llegar a notar parte del encanto que parece claro que sentiste contemplando a la ninfa :)
P.D.: Me parece genial la ilustración de la ninfa en el río que has puesto :D
Gracias Uthred, que me sacas los coloreees XD
ResponderEliminarTalan, el cuadro es "A nymph in the forest" de Charles Amable Lenoir (1860, 1926), y no se puede ver en ningún museo porque pertenece a una colección privada. Pena.
Por cierto Nenya, tu otro blog, "El trastero" es genial también. Lo que pasa es que por alguna razón no me permite publicar comentarios en él :D
ResponderEliminarMirar, observar y oler. Sentir, vamos: "el penetrante aroma del pino tesalónico y en tu boca, un extraño regustillo a salitre del mar Egeo. A piedra recalentada y resina, a espliego y carne ahumada sobre un altar: así huele el cabello marmóreo de esta ninfa".
ResponderEliminar¡Olfateémos el arte, como los perrillos! :D
ResponderEliminarGracias Jambo