Sangre y sacrificio: la verdadera historia de "La Sirenita" (Parte II)
El lujo y el esplendor del salón de baile eran tales que jamás se habían visto en la tierra. Las paredes y el techo eran de cristal grueso y transparente. Centenares de gigantescas conchas se alineaban junto a las paredes y desprendían llamas azules que iluminaban el interior del salón y todo el mar. Innumerables peces de todos los tamaños se acercaban a las paredes de cristal: unos eran púrpuras, otros plateados, otros dorados. En medio del salón danzaban con grácil ligereza sirenas y tritones al melodioso son del canto de las princesitas: voces tan bellas jamás se habían oído entre los mortales. Y la voz de la más pequeña era la más hermosa bajo las aguas y sobre la faz de la tierra. Sin embargo, ella solo podía pensar en aquel a quien amaba más que a su padre y a su madre, aquel que navegaba sobre el palacio de cristal en un magnífico barco y que no sospechaba siquiera de la existencia de las sirenas.
En un arrebato, la sirenita abandonó el baile y fue a buscar a la Bruja del Mar. La hechicera vivía detrás de un turbulento remolino, en unas aguas donde no crecían flores ni algas; sólo un gris y desnudo páramo arenoso se extendía ante ella. Para llegar a su cueva había que atravesar aquel espantoso torbellino, una planicie de barro burbujeante, y finalmente un extraño bosque de pólipos, mitad animal y mitad planta, viscosos y retorcidos como manojos de gusanos. Cualquier cosa que podían atrapar la sujetaban con fuerza y ya no la soltaban. Entre sus garras pudo ver blancos esqueletos de seres humanos, timones, restos de barco, huesos de animales y lo que más la horrorizó, el cadáver de una sirenita que había sido atrapada y estrangulada. Al poco, llegó a un claro del bosque en cuyo suelo pantanoso serpenteaban unas anguilas de repugnantes vientres amarillos. En medio del claro se alzaba una casa construida con huesos de marineros naufragados. Y a la puerta estaba la Bruja del Mar.
-Ya sé lo que quieres – se rió ella de forma malévola y estrepitosa- Es una locura. Pero se cumplirá tu deseo, princesita, aunque sea tu perdición. Quieres caminar como los seres humanos, pues crees que de ese modo el príncipe se enamorará de ti y tú conseguirás un alma inmortal. Voy a prepararte un brebaje, y te lo beberás en la superficie, antes de que salga el sol: la cola se te desgarrará en dos mitades, y te dolerá como si te estuvieran atravesando con una afilada espada. Todos confesarán que jamás en su vida han visto una muchacha tan bonita como tú. Caminarás con más gracia y elegancia que una bailarina, pero a cada paso que des, sentirás que pisas sobre cuchillas afiladas, tus carnes se abrirán y romperás a sangrar. Cada paso será una agonía. Si estás dispuesta a soportar esta tortura, yo te ayudaré.
-Lo estoy – dijo la sirenita con voz trémula.
-Pero debes recordar- añadió la bruja- que, en cuanto hayas adoptado forma humana, ya no volverás a ser sirena ni podrás regresar con tu familia. Y si no consigues que el príncipe te ame tanto que llegue a olvidarse de su padre y de su madre, que sólo piense en ti y que haga que un sacerdote ponga su mano derecha sobre la tuya, entonces no tendrás un alma inmortal. Si se te rompe el corazón, al día siguiente te convertirás en espuma de mar, y toda existencia habrá cesado para ti.
- Lo acepto todo- dijo la sirenita, pálida como una muerta.
- Además, me tendrás que pagar- remató la bruja- y no es poco lo que voy a pedirte. Tú tienes la voz más hermosa que jamás haya oído en el fondo del mar, y supongo que piensas hechizar con ella al príncipe. Pero me la tienes que entregar; me has de dar lo más hermoso que posees a cambio de mi valiosa poción, pues la he de preparar con mi propia sangre, para que el brebaje corte como una espada de doble filo… Aún podrás contar con tu preciosa figura, tus graciosos andares y la belleza de tus expresivos ojos. Habla a través de ellos ¿Qué te ocurre? ¿Te falta valor? Vamos, saca tu pequeña lengua para que te la corte.
-Que así sea – murmuró la sirenita.
La joven abrió la boca, y la Bruja del Mar le arrancó la lengua de un tajo, dejándola muda para siempre.
El sol aún no había salido cuando la muda sirenita llegó al palacio del príncipe y se tendió en la escalinata del mármol. La luna se reflejaba sobre ella con intensidad, y el brebaje resplandecía entre sus manos como una estrella. Nada más beberlo, la sirenita sintió una terrible agonía, como si una espada le atravesara el delicado cuerpo partiéndolo en dos; al instante se desmayó y quedó como muerta sobre el mármol. Cuando el sol se levantó sobre el mar, la sirenita se despertó y sintió un dolor abrasador; pero a su lado estaba el hermoso príncipe mirándola con sus ojos negros como el azabache. Ella bajó los suyos y vio que, en lugar de una cola de pez, ahora tenía las piernas más bonitas que una muchacha podría desear. Y como estaba desnuda, se cubrió con sus largos cabellos.
El príncipe le preguntó quién era y cómo había llegado hasta allí, y ella le lanzó una mirada dulce y triste con sus profundos ojos azules, porque no podía hablar. Él la condujo en brazos hasta el palacio. La vistieron con finísimas ropas de seda y muselina. Hermosísimas esclavas vestidas de seda y oro vinieron a cantar ante el príncipe y la familia real. Una de ellas cantaba mejor que las otras, y el príncipe le aplaudió y le sonrió. La sirenita se moría de pena, porque sabía que ella cantaba muchísimo mejor. “Si al menos supiera lo que he perdido por estar junto a él…” pensaba tristemente.
Luego las esclavas comenzaron a bailar airosas al son de una música encantadora, y entonces ella alzó sus bellos brazos, se elevó sobre la punta de los pies y, más que bailar, flotó sobre el suelo. Con cada uno de sus movimientos se revelaba toda su hermosura, y sus ojos hablaban más al corazón que el canto de las esclavas. Todos quedaron fascinados, y sobre todo el príncipe, que la llamaba “mi pequeña huerfanita”. Ella no cesaba de bailar, aunque cada vez que sus delicados pies tocaban el suelo sentía un dolor desgarrador, como si estuviera pisando sobre cuchillas afiladas. El príncipe dijo que quería que se quedara para siempre a su lado, y entonces la permitieron dormir sobre un almohadón de terciopelo a la puerta del dormitorio del príncipe.
La sirenita y el príncipe cabalgaron a través de perfumados bosques, donde las verdes ramas les acariciaban los hombros y los pájaros cantaban entre las hojas. Treparon a las más altas montañas, cada vez más y más arriba, aunque los pies de la sirenita rompieron a sangrar de tal manera que todos lo advirtieron; pero, sin perder la sonrisa, ella seguía al príncipe montaña arriba hasta que veían pasar las nubes bajo sus pies.
De regreso al palacio, mientras todos dormían, la sirenita bajaba por la escalinata de mármol para refrescarse sus ardientes pies en el agua de mar. Desde allí podía ver a sus hermanas, que se acercaban al palacio cogidas de la mano y cantando canciones melancólicas. Las princesitas iban a visitarla todas las noches, y en una ocasión vio de lejos a su abuela, que hacía muchos años que no subía a la superficie del mar, y junto a ella a su padre, el rey del mar, con la corona en la cabeza. Le tendían los brazos, pero no se atrevieron a acercarse a la costa tanto como las hermanas. De día en día el príncipe le iba tomando más y más cariño a la sirenita; sin embargo, la quería como se quiere a una niña bondadosa, y no se le pasaba por la cabeza convertirla en su esposa.
-“¿Me quieres más que a nadie?”- le preguntaba con los ojos cuando el príncipe la abrazaba y la besaba en su hermosa frente.
-Claro que te quiero más que a nadie- contestaba él-, porque tú eres la que tiene mejor corazón. Te pareces a una muchacha que vi una vez y que quizá no volveré a ver jamás. Yo iba en un barco que naufragó, y las olas me arrastraron hasta la playa, cerca de un sagrado templo donde servían varias muchachas. La más joven de ellas me encontró en la orilla y me salvó la vida. Ella es la única mujer en este mundo a la que puedo amar. Ella pertenece al sagrado templo, por eso la buena fortuna te ha enviado a mí para que me consueles de su ausencia. ¡No nos separaremos jamás!
La sirenita suspiró profundamente, pues no podía llorar. “Dice que la muchacha pertenece al templo y que nunca saldrá de él, así que no se volverán a ver. Pero yo estoy aquí, a su lado: lo cuidaré, lo amaré y le dedicaré mi vida entera”. Se decía, sin embargo, que al príncipe le había llegado la hora de casarse, y que iba a hacerlo con la hija de un rey vecino, y por eso se estaba aparejando un magnífico barco. La sirenita sonreía, pues ella conocía mejor que nadie lo que pensaba el príncipe.
-No tengo más remedio que ir- le había dicho él- Mis padres me exigen que vaya a conocer a la princesa, pero no me pueden obligar a casarme con ella. No podría amarla, porque no se parecerá como tú a la muchacha del templo. Si alguna vez tuviera que casarme, lo haría contigo, mi pequeña huerfanita de ojos elocuentes.
Y la besaba en sus rojos labios y acariciaba sus largos cabellos, y ella apoyaba la cabeza sobre el corazón del príncipe y soñaba con la felicidad humana y con un alma inmortal.
-¿Te da miedo el mar, mi pequeña mudita? – le preguntó el príncipe cuando estuvieron en alta mar, a bordo del majestuoso barco que habría de llevarlos al reino vecino. Y ella sonreía, mientras veía como sus cinco hermanas iban siguiendo discretamente la estela del barco. Una vez incluso le pareció ver los reflejos que despedía el palacio de su padre a través de las aguas transparentes.
Al día siguiente el barco arribó a su destino. Todas las campanas de las iglesias repicaron, en las altas torres sonaron las trompetas, mientras los soldados formaban con las brillantes bayonetas caladas y ondeando banderas. Todos los días se celebraban banquetes, bailes y fiestas, pero la princesa no asistía a ellos porque aún no había llegado. Todavía se encontraba en el sagrado templo, donde estaba siendo educada para convertirse en reina. Pero al fin llegó: era una espléndida muchacha, y la sirenita hubo de reconocer que en su vida había visto criatura tan bella. Tenía la piel delicada como pétalo de rosa, y bajo sus largas pestañas sonreían unos ojos de azul profundo. Era. Efectivamente, la muchacha del monasterio. El príncipe se quedó sin habla, y la estrechó entre sus brazos con tanta pasión que la joven se ruborizó.
-¡Oh, que feliz soy! – dijo el príncipe a la sirenita- . ¡Ha ocurrido lo que nunca me hubiera atrevido a soñar! Nos casaremos hoy mismo, y tú compartirás mi felicidad, porque me amas más que nadie.
Y la sirenita besó la mano y sintió que el corazón se le partía. Al día siguiente ella moriría y se convertiría en espuma de mar.
Echaron al vuelo todas las campanas de las iglesias y los heraldos recorrieron las calles anunciando la boda. Los sacerdotes meneaban los incensarios y el novio y la novia se daban la mano para recibir la bendición del obispo. La sirenita iba vestida de seda y oro y sostenía la cola del traje de la novia, pero sus oídos no escuchaban la música nupcial ni sus ojos veían la sagrada ceremonia, porque la mañana siguiente le traería la muerte y ella sólo pensaba en todo lo que había perdido en el mundo.
Aquella misma tarde, los novios subieron a bordo del barco del príncipe. En la cubierta principal habían levantado una tienda púrpura y oro, con blandos cojines, donde la dichosa pareja descansaría en la fría y tranquila noche. Izaron las velas, el viento las hinchó, y el barco se deslizó con suavidad sobre las aguas transparentes. El príncipe besó a su novia, ella le acarició los negros cabellos y, cogidos de la cintura, ambos se retiraron a la magnífica tienda. En el barco se hizo el silencio: sólo la sirenita y el timonel permanecían despiertos. La sirenita apoyó los brazos en la borda y miró hacia el este, esperando que los rosados dedos de la aurora abriesen paso al sol, cuyos primeros rayos le traerían la muerte. De pronto surgieron de las aguas sus hermanas, tan pálidas como ella misma; el viento ya no podía jugar con sus largos y hermosos cabellos, porque se los habían cortado.
-Se los hemos entregado a la Bruja del Mar para que nos ayude a conseguir que no mueras este amanecer. Nos ha dado este puñal ¡Mira que afilado está! Antes de que salga el sol deberás clavarlo en el corazón del príncipe, y cuando su cálida sangre se derrame sobre tus piernas, recuperarás tu cola de pez y volverás a ser una sirena. Podrás sumergirte con nostras y vivir trescientos años antes de convertirte en espuma de mar. ¡Vamos, apresúrate! ¡O tú o él debéis morir antes de que salga el sol!
Y lanzando un hondo suspiro, desaparecieron bajo las aguas.
La sirenita apartó la cortina que daba acceso a la tienda y vio a la hermosa novia durmiendo plácidamente, con la cabeza recostada en el pecho del príncipe. Se inclinó y lo besó en la frente. Contempló el afilado puñal y lo colocó sobre el corazón del príncipe, que se removió en el lecho y murmuró en sueños el nombre de su novia. ¡Ah, sólo ella ocupaba sus pensamientos! A la sirenita le tembló la mano con que aferraba el puñal… pero, de pronto, lo arrojó con fuerza a las olas del mar, que se tiñeron de rojo como si de las aguas brotara un manantial de sangre. Ya con los ojos vidriosos, miró de nuevo al príncipe, y luego se arrojó al mar. Al instante sintió cómo su cuerpo se convertía en espuma.
El sol apareció por el horizonte, y sus cálidos rayos se posaron sobre la fría espuma mortal. Pero la sirenita no sentía la muerte: miraba hacia el claro sol y sobre su cabeza vio flotar miles de seres aéreos y transparentes, a través de los cuales podía distinguir las blancas velas y las nubes rojas. Las voces de aquellos seres eran melodiosas, pero tan sutiles que ningún oído humano podía percibirlas; sus figuras eran tan evanescentes que ningún ojo humano podía verlas; se deslizaban ligeras por el aire, aunque carecían de alas. La sirenita se miró y se dio cuenta de que tenía un cuerpo como el de aquellos seres y advirtió que se elevaba poco a poco sobre la espuma.
-¿Quiénes sois y adónde me lleváis? – preguntó, y su voz sonó como la de aquellas criaturas, tan bella y melodiosa que no había música terrenal que pudiera comparársele.
-Somos las hijas del aire- respondieron-. Las hijas del aire, como las del agua, tampoco tenemos un alma inmortal, pero podemos conseguirla haciendo buenas obras. Volamos a los países cálidos, donde el aire está cargado de la peste que mata a los hombres, y soplamos frescas brisas que lo purifican. Esparcimos por el aire el aroma de las flores, que refresca y cura a los enfermos. Volamos a los países fríos para derretir con nuestro soplo las afiladas cortezas de hielo. Si durante trescientos años tratamos de hacer todo el bien que podemos, al final penetra en nosotras un alma inmortal, participando así de la felicidad eterna de los humanos. Tú, pobre sirenita, has intentando conseguir lo mismo con todo el amor de tu corazón. Has sufrido y soportado el dolor con resignación, y por eso te encuentras ahora entre nosotras. Lleva a cabo tus buenas obras, y dentro de trescientos años, subirás al cielo y vivirás eternamente en el reino bendito.
La sirenita elevó sus brazos hacia el sol de Dios, y por primera vez en su vida derramó una lágrima. En el barco había de nuevo animación. Vio cómo el príncipe y la princesa la buscaban: ambos miraron con tristeza por la borda hacia la blanca espuma, como si supieran que ella se había arrojado a las olas. Sin que pudieran verla, la sirenita besó a la princesa en la frente y sonrió al príncipe. Y luego se elevó con las hijas del aire hacia una nube rosada que se deslizaba por el cielo. El barco quedó abajo, cada vez más pequeño.
"Den lille havfrue" (La Sirenita),1837, Hans Christian Andersen
Edición de Francisco Antón
Ilustraciones de Christian Birmingham
¡Por fin una actualización! Y muy tuya, todo sea dicho XD No había leído el cuento original y la verdad es que me gusta más que la versión Disney. En general, los cuentos me gustan más como éste, con sus sombras y contrastes. Me parecen más interesantes y menos "burbuja" para los críos.
ResponderEliminarEl próximo... ¿con tu firma? O:)
Que vaaa, no tengo tiempo ni neuronas para escribir ahora, ÑÑÑIEEE, así que iré tirando de clásicos, al menos para que no se paralice esto totalmente. Malos tiempos para la lírica... XD
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarMe han gustado mucho estas dos entradas. No podría ser de otra forma, tratándose de un autor danés! ;)
Está claro que los cuentos de Andersen no eran "cuentos de hadas", pero es que esto cuadra mucho más con el carácter de los daneses. Si vas a Dinamarca en invierno, lo entenderás muy bien. Por cierto, Hans Christian Andersen nació en la ciudad de Odense, aunque luego vivió en Copenhague. Odense es la ciudad que fundó el propio Odín, a su regreso a Dinamarca tras su periplo por el mundo. Quién sabe, lo mismo HC Andersen es descendiente del mismo Odín. Después de todo, Odín también era el dios del arte!
Un saludo!
un blog excelente y un cueto magnifico
ResponderEliminarfelicidades
A su pinche madre esta bien bueno este cuento !! YO SOY UNA SIRENA !! porfin sacaron mi historia pero yo si pude ser amada !! ♥ xD
ResponderEliminarMe encanto nunka m hubiera imaginado k este es la versión original me kede sorprendida muy de maravilla
ResponderEliminargraciasss ya no lo podia encontrar en ninguna libreria de mi pais y en los bazares tampoco
ResponderEliminarrealmente me encanto y los dibujos son hermosos los haces tu?
ResponderEliminarNoo, ojalá tuviera tanto talento! XD Las ilustraciones son obra de Christian Birmingham y aparecen en la edición de Francisco Antón, tal y como apunto al final de la entrada.
ResponderEliminarUn saludo! :)
Mi historia... repetida tres veces y la ultima la mas dolorosa de todas... di todo a cambio de nada, para que se enamoradan de otra chica talvez mejor que yo, mis lagrimas son cada vez mas insoportables, nadie ni el se da cuenta, ya no confio en el amar, solo me queda la resignacion...
ResponderEliminarEs una hermosa historia
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